Una visión clásica y candorosa de
la democracia indica que “el gana gobierna y el que pierde controla”, mas
bucólica aun la versión del “que pierde acompaña”.
En nuestra democracia actual, aplicar
esa definición al sistema de selección de quienes nos gobiernan movería a la
risa si no fuera porque la realidad encierra tanta desdicha.
En nuestra democracia actual, la
maldad de quien nos gobiernan impera por sobre todos los demás despropósitos
que el mismo desgobierno encarna.
En nuestra democracia actual, el
deprecio por todo aquello que no sea funcional al poder se demuele sin escrúpulos
utilizando para ello todos los resortes del poder.
En nuestra democracia actual,
mientras el gobierno marca las pautas del desquicio nacional, la oposición va a
remolque, fané y descangallada.
En nuestra democracia actual, la
oposición está tan desorientada que ni siquiera sabe distinguir al enemigo, que
no adversario.
En nuestra democracia actual, si
la oposición mas allá de las propias divergencias saludable que toda democracia
necesita, no sabe ver en sus compañeros de desencantos al adversario que
necesita para poder reunir la masa crítica con la que enfrentar al gobierno; si
no sabe distinguir lo fundamental de lo accesorio; si el árbol de la maldad gubernamental
le tapa el paraíso de la divergencia en libertad que requiere para poder fundar
una alternativa de gobierno, el Pueblo, nosotros y ellos continuaremos siendo rehenes
de una dictadura fáctica que no le les quepa la menor duda: “va a por todo”.
En las vueltas de la vida
nacional se ha instalado en la noria de la democracia una perversa sistemática
que lleva a hacer de cada círculo que aquella describe, un círculo siniestro. Convertir
el círculo en virtuoso requiere de inteligencia en la oposición, primero para
frenar la noria y luego descabalgar al siniestro poder K.
Si nos lo proponemos, con
creatividad, un poco de osadía y mucha, mucha grandeza, verán que ello es
posible.
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